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Historia, Cultos, Noticias y actividades de la Hermandad Sacramental
Aunque desde tiempo inmemorial acostumbraba el clero parroquial a organizar la procesión del Santo Entierro, la institución formal de esta Hermandad no se verificó hasta 1604, año en el que les fueron aprobadas unas reglas por el señor provisor del Arzobispado. En aquellos años iniciales también le concedió Su Santidad el Papa, Clemente VIII, una bula mediante la cual obtendrían gracias e indulgencias los cofrades y devotos que acudiesen a su procesión, incrementando en consecuencia ostensiblemente el número de ellos. Pero no tardaría muchos años en producirse el lógico enfrentamiento con otra cofradía lebrijana que adoraba el mismo misterio, como la Soledad del convento de Santa María de Jesús que también sacaba en procesión el mismo día el paso del Santo Entierro. Sus denominaciones poseían nimias diferencias pues esta que nos ocupa se titulaba cofradía del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo mientras que la Soledad era Soledad y Entierro de Nuestro Señor Jesucristo. El litigio se originó en 1612 tras denunciar la Hermandad de la Soledad en el Arzobispado la semejanza de prácticas religiosas que guardaba con ella y hasta cuyo título era parecido, grandemente favorecida por el clero local, al tener entre sus cofrades un gran número de eclesiásticos como lo constata el hecho de que su Hermano mayor fuera el vicario de la villa. Finalmente la autoridad eclesiástica resolvió en 1611 que ambas sacasen el paso del Santo Entierro pero no el palio cuyo privilegio únicamente correspondería a esta del Entierro, desestimándose la solución procurada por la Soledad de fusionar ambas prevaleciendo su antigüedad.
Pero no quedaron ahí los conflictos con las cofradías lebrijanas, pues en 1615 fue denunciada también por la de Jesús Nazareno como consecuencia de hacer uso sus penitentes de una práctica propia de aquélla, cual era la de portar la cruz sobre los hombros "...sus cofradas llevan la insignia de la Cruz sin ser ni aber sido insignia suya y ser impropia y contraria a lo que significa el passo del Entierro han sacado las cofradas de la dicha cofradía la dha insignia y cruz en contravención de su mismo regla... pues no sacaron la insignia de la Cruz desde que su cofradía se fundó que habrá sólo diez años, si no es una vela encendida en las manos ''. El litigio se resolvió finalmente gracias a la intervención del entonces señor vicario don Juan Falcón de Castro, resol¬viendo que "no se hacen perjuicios una Hermandad a otra por salir la de los Nazarenos por la mañana (con cruces blancas) y las hermanas de la del Santo Entierro por la tarde con cruces negras".
Hacia mediados de este siglo anduvo algo decaída durante algunos años hasta que, tras al Semana Santa de 1753 con el propósito de fundar, o en este caso restablecer la Confraternidad del Santo Sepulcro se reunieron los lebrijanos: don Juan Antonio de la Peña, don Juan Sánchez Barrancos, don Antonio Díaz Arias, Miguel Fernando Antúnez, Antonio Albano Cerdero, don Cristóbal Sánchez Barahona, Diego Alcón y Cala, don Francisco de Paula Peña y Grajales don Bartolomé Alcón y Cala, don Miguel de Olarte y Arriaza, don Bernardino Falcón, don José de Castro, don Juan Hipólito Arros, don Bartolomé Jiménez, don Antonio Vidal y Aragón, don Pedro Sánchez, don Miguel Cervantes, don Pedro Ramírez Arias, don Antonio de la Peña Grajales, don Pedro José del Castillo, don Manuel Tejero Dorantes y don Alonso Vázquez Cisneros de Ojeda. Estos elaboraron unas reglas compuestas por siete capítulos concernientes a la organización de la procesión del Viernes Santo y gobierno de la misma, las cuales fueron aprobadas por don Pedro de Céspedes, provisor general del Arzobispado, en ocho de junio de aquel mismo año. El reglamento recogía que la con¬fraternidad la compondrían hermanos seculares y eclesiásticos de la Parroquia, estando los primeros obligados a satisfacer una cuota anual de diez reales el sábado de Pasión, mientras que los eclesiásticos -exentos de ella- se encargarían de demandar las póstulas. Las mismas constituciones señalan que el acto de velación, organizado tras la procesión del Santo Entierro en el patio de los naranjos, había de prolongarse durante toda la noche hasta que se oficiase la misa mayor del Sábado de Gloria, a cuya finalización sería trasladado el titular cristífero a la Iglesia del Castillo, a la que pertenecía. La práctica de mantener la vela durante toda la noche hubo de ser modificada a finales del siglo XVIII, como consecuencia de la prohibición por parte del gobierno de las procesiones nocturnas, incidiendo también notablemente en el asunto el lamen¬table comportamiento de las Hermandades loca¬les en la Semana Santa de 1780.
Fruto del auge que alcanzó en ese periodo, fue la adquisición de una rica urna de plata de ley para el Señor Yacente, la que acabó siendo enajenada, en 1810, por los franceses durante el periodo que permanecieron en la población.
El primer capítulo de las Reglas de 1753 recogen que como era tradición desde tiempo inmemorial, la procesión del Santo Entierro saldría por el itinerario acostumbrado tras la celebración de la ceremonia del Descendimiento, escenificándose así el momento en el que el cuerpo inerte de Jesús fue desenclavado y depositado en la Santo Sepulcro. El cortejo procesional de esta cofradía, revestido de gran boato, lo abría la Santa Cruz a cuyo paso había de sucederle la manguilla y las insignia de la Hermandad, según las reglas de 1753, aunque en el siglo XIX, según nos describe el erudito lebrijano don Antonio Sánchez de Alba, le seguían todas las cofradías del pueblo con sus correspondientes insignias, presidiendo la del Santo Entierro. Cerraba el cortejo el propio clero de la parroquial cantando el salmo 113, al mismo tiempo que portaba la sagrada urna con el rico aparato fúnebre de terno, bandera del Cordero, palio y demás elementos litúrgicos propios del acto más bien propios de una opulenta catedral, que de una parro¬quia de pueblo subalterno. Anecdóticamente puede añadirse que también tomaban parte en el cortejo una representación militar de la villa, así como una Centuria romana, de cuyo concurso da noticias las reglas de 1753.
La procesión había de discurrir por la estación de costumbre que era la misma por la que transcurría la procesión del Corpus, combinándose el tiempo de tal forma que llegase al punto que anochece al patio de los naranjos para la función de la vela. En el centro del patio se levantaba un grandioso templete de ocho columnas, rematado por una cúpula, en cuyo interior se colocaba parsimoniosamente la urna mientras la orquesta interpretaba piezas de música fúnebre. Al momento de colocarse la urna, se presentaba en el lugar la Centuria romana, encargadas de la custodia y guardia, colocándose en rededor del Santo Sepulcro. Al concluir la procesión, según narra el señor Sánchez de Alba, se hacía un pequeño receso para de inmediato volver al lugar. Mientras tanto las galerías del patio se ponían repleta de un público expectante que permanecían impacientes a la espera del acto. Autoridades, clero y Hermandades se instalaban en sus asientos en el interior del patio. La función que, por esos años concluía a las once de la noche, consistía en la interpreta-ción por parte de un grupo de música de capilla constituido por cantores y músicos de las Lamentaciones de Jeremías, motetes de pasión y Benedictus con la antífona del día, finalizando la misma con el rezo de una oración por parte del eclesiástico que la presidiese.
La complejidad del acto, requería la celebración de un cabildo general que tradicionalmente tenía lugar uno de los domingos de cuaresma. En él, uno de los temas de mayor discusión era la elección del grupo de música de capilla, pues durante algún periodo hubo varios en la localidad, por ser fundamental la interpretación de las piezas musicales en el transcurso del mismo. En ocasiones, la ubicación del grupo en el interior del patio y hasta su elección, originó la división de los hermanos.
Aún se regía por aquel entonces la Hermandad por las reglas de 1753, según detalla el informe elaborado por el arcipreste, don Fernando Ortiz quien también añade que sus hermanos pagaban en concepto de cuota anual veinte reales". Siendo Hermano mayor curiosa¬mente el ya referido señor Ortiz, se celebró en 1857 el cabildo señalado por las reglas con anterioridad a la Semana Santa para la organización de la procesión y acto de la vela al Santo Sepulcro. En éste procuró dicho arcipreste continuar siendo Hermano mayor sin necesidad de celebrar elecciones, originándose consecuentemente un gran revuelo entre los asistentes que veían quebrantarse así una antigua tradición recogida por las reglas de 1753. El cabildo hubo de suspenderse, volviendo a ser convocado tres días más tarde.
Aún pasados los días, el arcipreste se mantenía aferrado en continuar ejerciendo como tal, acelerándose en demasía el estado de tensión de la reunión, en atención de lo cual se vio casi obligado a renunciar del cargo, aunque no de presidir el acto como máxima autoridad eclesiástica de la villa. La postura del arcipreste increpó más aún el ánimo de los asistentes que comenzaron a querer hablar todos al mismo tiempo. Las voces llegaban al cielo. El hermano don Antonio Sánchez Barrancas, haciendo uso de su vara de alcalde de la villa, alzándola entre los presentes, suspendió la reunión.
Al quedar suspenso el cabildo y vacante el puesto de Hermano mayor, la Hermandad solicitó al Arzobispado la repetición de las elecciones que no se verificaron hasta el 30 de agosto de aquel mismo año. En ellas resultó elegido como Hermano mayor, don Antonio Sánchez Barrancos, al obtener diecisiete votos contra los cinco obtenidos por el Conde de Guevara quien había sido anteriormente elegido en 1851. Como Hermano mayor eclesiástico, fue elegido don Francisco Bellido Monge.
Entre los hermanos que acudieron a las juntas figuran los nombres de don José Espinosa y Villegas, don Diego de Soto y Tejero, el señor Marqués de San Gil, don José Maria Ayenza y Peña, Francisco Javier Morales o don Lucio Barcuñana.
Según el Diario de Lebrija, en 1928, acompañó al Santo Entierro la Virgen de Consolación de la Vera Cruz, en vez de la Virgen de la Victoria como era tradicional. "La vela al Santo Sepulcro se celebró en el interior de la Iglesia.
A la hora de costumbre se encontraban en dicho templo la piadosa Hermandad del Santo Sepulcro presidida por su digno hermano mayor don Santiago Béjar Ruiz, el clero, autoridades civiles y militares y las Hermandades.
En lugar de la Virgen de la Soledad, sale Nuestra Señora de Consolación de la Veracruz.
Terminada la vela al Santo Sepulcro organizase esta procesión de penitencia, variando un tanto el recorrido y hemos aquí ya en paso de Sábado de Gloria. Por la mañana aún no habían terminado los oficios larguísimos de este día y ya la parroquia está de bote en bote con el público más heterogéneo y exótico que darse puede en el que abundan los naturales de Gibalbín.
Estalla un fuerte aguacero y la subida del Señor al Castillo dejóse para el siguiente Domingo de Pascua en vista de lo imposible que resultaba en el caso presente".
Era práctica habitual la mañana del Sábado de Gloria (hoy Santo), rasgar con estrépito el velo del altar mayor en medio de una numerosa multitud que abarrotaba el templo. Al sonar el Gloria in excelsis Deo, el velo se abría en dos con un aparatoso estruendo producido por las sincronizadas salvas de pólvora de escopetas, colocadas estratégicamente debajo del Monumento, a las que se sumaban el repique de la torre, el órgano, las campanillas del altar y del coro, el tableteo de su sillería, y el grito de los asistentes. Al amanecer del Domingo, a las seis de la mañana, tenía lugar la exposición del Santísimo y luego, bajo palio, se celebraba una procesión claustral con estación en la capilla del trascoro, donde se pro¬cedía a un canto de Laudes, para finalizar con la misa. Terminada ésta, era trasladado el Cristo yacente a la ermita del Castillo, seguido de la Patrona que permanecía en la Parroquia desde el Jueves Santo. Acompañaba a las imágenes todo el pueblo. Una vez en la ermita se efectuaba el traslado del Yacente a la urna de ébano y plata, ubicada en una de las capillas laterales.
Esta Hermandad efectuó durante algunos años de este siglo su estación en la tarde del Sábado Santo a consecuencia de la renovación litúrgica tras el Concilio Vaticano II (1956). Aquellos años, el Santo Sepulcro era devuelto a la ermita el Domingo de Resurrección. A inicios de la década de los ochenta dejó de procesionar en Sábado Santo, para hacerla como lo hace hoy en día, en la tarde noche del Viernes Santo.
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